26 octubre 2005

(y 2)

Soy masoquista.

Me gusta sufrir. El dolor, el sufrimiento y la vejación son mis fuentes de placer. Llevo años sometiéndome a los dulces tormentos del placer físico pero ya no es suficiente. El ser humillado, el ser doblegado, tampoco aplaca ya mi sed de nuevas sensaciones. Necesitaba algo nuevo para volver a sentir ese dulce cosquilleo en mi espalda, esa sensación de angustia, ese latigazo de adrenalina en mis venas. Y tras mucho bucear, tras imbuirme en extraños ritos de otras culturas, tras dejarme ser captado por todo tipo de sectas que me anulaban como persona y probar todo tipo de nuevas formas de dolor... lo encontré por casualidad, y puedo decir que me vuelvo a sentir pleno. Nunca me imaginé que tal cantidad de perversidad podía estar ahí, al
alcance de mi mano. Yo la buscaba en lugares sórdidos, en intrincadas y oscuras organizaciones, y sin embargo está a la vista de todos. Es más, llega a millones de personas, que sin saberlo, están gozando de la misma manera que yo.
Una fría mañana del pasado mes, decidí refugiarme en una de las muchas cafeterías atestadas de funcionarios que pueblan mi calle, y en las que jamás entro. Al principio no me percaté, aunque dado el bullicio que reinaba en el local no es de extrañar. Al rato mi oído se acostumbró al soniquete de las conversaciones, y pude discernir otro agitado diálogo en un tono diferente. La voz era un tanto monótona en su modulación, pero se notaba crispada. Tardé unos segundos en comprender que provenía de la radio que estaba encendida. No sé porqué fue, pero al sentir el desdén de la voz, pese a que no entendía sus palabras, un ligero estremecimiento me recorrió de arriba abajo. Quise saber qué emisora estaba sintonizada, así que se lo pregunte al avinagrado camarero que atendía tras la barra:
-¡Pues cual va a ser!- me dijo de modo airado-, ¡la Cope!.
No contento con la respuesta seguí interrogándole: -Pero ¿quién es el que habla en estos momentos?
Con mirada desdeñosa me aúllo: - ¡Pues el JiménezLosantos!.
Pagué el café con leche, que me había tomado hirviendo según es mi costumbre, y me dirigí raudo a la oficina. Una vez allí me encerré en mi despacho y pedí no ser molestado, tras solicitar que me trajeran una radio lo antes posible. Al rato apareció Alicia, una de las administrativas, con un pequeño aparato con auriculares. Me explico rápidamente como pasar de una a otra sintonía, ya que era digital y estaban memorizadas. La Cope no la tenia presintonizada, porque me dijo, ella escuchaba habitualmente la Ser.
Tras quedarme solo me puse a investigar pasando manualmente de una a otra emisora. En la mayor parte de ellas o se hablaba de actualidad o se emitían boletines informativos, pero no lo hacían de la manera que me había puesto el vello de punta. De repente los dígitos del dial se pararon en ese numero mágico. Ahí estaba de nuevo esa voz. Solo de escucharla se me erizaron de nuevo todos los pelos de mi cuerpo. Esta vez si podía escuchar claramente lo que decía y me dejé llevar. Así descubrí lo inútiles, holgazanes, ladrones y abyectos que eran todos los componentes del gobierno, su partido y sus secuaces. Y por el contrario, lo espabilados, trabajadores, avispados e íntegros que eran los pertenecientes al partido de la oposición. Poco a poco me fui dejando envenenar por sus palabras, y un sentimiento mezcla de ira, asco y rencor fue abriéndose paso en mis entrañas. Era maravilloso sentirse así. Odiaba a gran parte de la sociedad, con un odio visceral, cerval e irracional. Ahora Alicia me parecía una cerda estúpida que no merecía siquiera vivir en sociedad. ¡Cómo se atrevía a escuchar a esos hijos de puta de la Ser! ¡Esos babosos al servicio de la mesnada de anormales que nos gobernaba! Tenia que despedirla inmediatamente, no podía permitir que ente semejante tan siquiera compartiese el mismo aire que yo...

Tras ese orgasmo mental vinieron el arrepentimiento y la culpa. Como podía haber pensado esas cosas. Me sentía el ser más despreciable del mundo.
¡Y eso era todavía mejor!.

Llevado por mi depravada e insaciable ansia, sintonicé la Ser. El tono del locutor era menos exacerbado. Más sosegado. Pero el contenido oculto del fondo de sus palabras destilaba la misma bilis ponzoñosa que su adversario. Esto era absorbido por mis neuronas y provocaba estallidos sublimes de odio y aversión hacia los mismos que hacía apenas unos minutos eran los míos. Por fin había encontrado lo que tanto tiempo llevaba buscando.
Desde aquel día me he vuelto adicto a la radio. Cada mañana me despierto con el soniquete acre de los amos vespertinos de las ondas.
Es lo primero que hago tras levantarme, recibo mi dosis diaria de hiel e inquina. Por supuesto a todo volumen, no vaya a ser que el desgraciado de mi vecino no se entere de lo pésimamente mal o maravillosamente bien que va todo. Apenas ya me doy cuenta que soy victima de los grupos mediáticos y sus corrientes de contrapensamiento. He perdido mi capacidad crítica (yo por lo menos la tuve) y me limito a seguir la doctrina que dicta mi Oráculo de turno.

Zombie. Soy un zombie en una sociedad de zombies. Nos manipulan en aras de cuotas de audiencia que hacen que cada vez sean más poderosos.
Nos marionetizan a gusto de los partidos que apoyan haciendo que sus arcas estén mas repletas.

Pero los adoro..., y me gusta..., ¡dame..., dame,... dame mas!!!!!!


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